En astrología mundial se tiene en cuenta todas las conjunciones de planetas (por lo menos, en teoría), pero no todas tienen la misma importancia. Si un ciclo es demasiado rápido, no llega a dejar su impronta; si es demasiado lento, ni te enteras. Pongamos un símil: imaginemos que atamos a una persona con una cuerda durante 5 minutos. Lo experimentará como un trastorno transitorio y no le dará más importancia. Ahora imaginemos que haya nacido así, y que haya visto a sus padres y abuelos también atados. Creerá que eso es lo más normal del mundo y se acostumbrará desde pequeño a hacer sólo lo que la cuerda le deje hacer. Ni se le ocurrirá cortarla.
En cambio, si esa persona nació libre y se le ata durante 20 años, esa experiencia ya no le parecerá tan normal: odiará la cuerda y ésta condicionará toda su existencia, dejando en él un recuerdo indeleble. Lo mismo ocurre con las CU.
Supongamos una conjunción Neptuno-Plutón. Tiene 5 siglos de vigencia. Eso significa que nuestros padres, abuelos, tatarabuelos etc. nacieron, vivieron y murieron con ella. No notamos sus efectos porque creemos que pensar y vivir así es “lo normal”. Lo es. Esa CU ha condicionado nuestra forma de ser y de pensar, pero es algo tan integrado que jamás seremos capaces de pensar fuera de sus parámetros.
Recordemos lo que decía Hegel: cada hombre piensa según los parámetros de ssu época y sólo se puede entender dentro de ese periodo.
Por lo tanto, las CU más importantes son aquellas que tienen una duración suficiente para marcar a los hombres, pero que no son de efectos tan largos como para que se lleguen a integrar como algo normal. Y son mucho más importantes las de planetas del septenario que las demás.
Mirando así las cosas, se entiende por qué el ciclo de Júpiter-Saturno es el más importante de todos:
Ese ciclo reúne pues a la vez dos condiciones que no cumple ningún otro: frecuencia suficiente para impactar a un individuo (cada 20 años) y duración adecuada para marcar pautas generacionales y sociales (cada 200 años).